Solo por poner un ejemplo, en la última legislación donde se aprobaron las tres causales para legalizar el aborto, dentro de mis conocidos, de comentarios en foros o, en fin, en los debates que se dan al pie de noticias, me daba cuenta que no pocos estaban en contra de dicho proceso legislativo y había otros cuantos que ignoraban el tema o se permeaban con preceptos equivocados. No obstante, la voz oficial que se construía decía que más de la mitad de la población estaba de acuerdo con el aborto, generando y empujando a las supuestas minorías, incluso de forma inconsciente, a estar de acuerdo con la “mayoría”, por ser esta una “sociedad democrática”.

Desde pequeños, en la casa, en el colegio, en los juegos y grupos de amigos se nos enseña a aceptar la voz de la mayoría sin cuestionarla o, al menos, resignándonos a ella; el punto es que la voz que parece ser la mayoría, no siempre lo es. Muchas veces, el ruido que genera un pequeño grupo es tan grande, que parecen ser mayoría y la sociedad escucha ese ruido como si fuera una multitud. No obstante, hay que tener claro que esa voz no necesariamente es la de todos y que, por lo demás, esa voz no se crea sola: sea para bien o para mal, una voz prominente comienza con uno solo.

Hay ciudades enteras que cambiaron gracias a la intervención de tan solo un hombre, como el caso de Nínive por la predicación de Jonás, pensemos también en Lutero, quien cambió prácticamente a toda Europa, desde la dimensión religiosa y tocando aspectos familiares, educativos y económicos; asimismo hombres como Wycliffe o Martin Luther King Jr. y sus luchas contra la esclavitud en tiempos y lugares distintos.

También hay casos lamentables como el de Alemania nazi, el actual escenario venezolano o el de naciones que han sido regidas por tiranos o dictadores injustos. No obstante, en el ejemplo más grande que puedo dar, decir que la Historia fue dividida por la voz de un hombre, no es exagerar, solo es cosa de mirar nuestro calendario y ver cómo, desde la predicación de uno, hubo doce, tres mil, siete mil, multitudes y naciones enteras que decidieron por Jesús.

Los cambios empiezan por uno mismo. Cuando yo cambio por amor a Dios; dejo de fumar, dejo de hacer trampa, dejo de ver lo que no debo y de escuchar lo que no es bueno, mi vida cambia y mi entorno lo nota. ¿Qué hago hoy por cambiar el mundo? Sentado y resignado con los cambios que suceden hoy en mi país, no puedo hacer mucho, pero puedo escribir, puedo hacer reuniones con mis vecinos, puedo ir a elegir al representante de mi gobierno a través del sufragio, puedo conversar en mi trabajo sobre las noticias y darle una mirada de justicia a los temas contingentes, en mi lugar de estudios puedo impartir la necesidad de cumplir un propósito en la vida y, entre muchas otras cosas, puedo demostrar con cada cosa que hago y digo que el cambio real, genuino y fructífero es posible con Dios: seamos esa voz de mayoría que trae justicia a nuestra ciudad, es urgente; nuestra nación lo necesita.


Gabriel Muñoz