Hace unos días atrás, una noticia capturó profundamente mi atención. El suicidio de un joven estudiante de Enseñanza Media, perteneciente al establecimiento educacional Alianza Francesa. Este muchacho, por razones que aún se investigan, tomó la decisión de poner fin a su vida.
Según los primeros relatos en torno al hecho, se menciona como antecedente la sanción que recibió de parte del establecimiento por encontrarlo con porte de marihuana en el baño, lo cual ocasionó una denuncia a Carabineros, quienes llegaron a buscar al muchacho al mismo establecimiento. Dos días después de este hecho se ocasionó el suicidio.
Sin embargo, este no es un hecho aislado; el 1 de septiembre, otro joven estudiante de enseñanza media, fue encontrado muerto por un presunto suicidio, esta vez en Copiapó.
Si a estos dos sucesos le agregamos que, según estimaciones de la OCDE, Chile es el segundo país con mayor tasa de suicidio infantojuvenil, nos estamos introduciendo a comprender una realidad fuertemente presente, pero silenciosa y a la cual necesitamos “hablarle” y llenar ese espacio enmudecido con palabras de esperanza.
Al pensar en esta situación y ver las escrituras, recuerdo a Lázaro, un joven que, ante una enfermedad, de la cual la biblia no nos da detalles, termina falleciendo. Lázaro no era cualquier persona, era uno de los amigos de Jesús quien, junto a sus dos hermanas, María y Marta, había tenido la oportunidad de escucharle y compartir sus poderosas experiencias.
Sin embargo, falleció. A pesar de esto, la vida se encontró con él, cuando desde su profundo sueño, en la tumba, escuchó la voz de su amigo Jesús, quien le dijo con voz fuerte: ¡Sal fuera!
Tal vez la muerte de Lázaro no se relata en un contexto de suicidio, pero hubo un preludio, una enfermedad que lo debilitó hasta perder por unos días la vida. Así mismo sucede con el suicidio infantojuvenil, hay una serie de antecedentes que revolotean de forma visible e invisible en la vida y que terminan por apagar la esperanza, la llama de la vida. Donde la muerte física termina siendo la etapa cúlmine de un proceso de desesperanza y muerte que primero entra en el corazón.
Hoy lamento mucho estas dos muertes que ocurrieron al comenzar este mes de septiembre y, sin duda, hay muchas otras. No obstante, pienso en aquellos que aún están batallando en su corazón, en los que viven, pero sin esperanza, en todos aquellos a los que podemos acercarnos y decirles con fuerte voz: ¡Salgan fuera!
Tal vez esta sea una breve columna reflexión, pero busca levantar a cada uno de ustedes de una situación latente y ante la cual no podemos enmudecer. Como Iglesia necesitamos llenar este espacio con voz de esperanza, buscar en Dios el cómo alcanzar a una generación que desfallece, pero que puede despertar de ese sueño profundo a una resurrección de gloria.
Sarai Jaramillo