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La educación es una de las temáticas que mayor discusión ha producido en los últimos años en Chile, particularmente desde 2011 con las constantes y masivas protestas ciudadanas generadas por el movimiento estudiantil. No obstante, además de las discusiones acerca de si es un bien de consumo o un derecho o de si debe ser gratuita y de calidad, la educación involucra también otras discusiones (todavía más profundas) debido a que los procesos educativos, especialmente los institucionalizados, están imbuidos tanto de consideraciones como de efectos políticos, sociales y culturales.

En efecto, la educación no es neutra. Es un proceso social profundamente intencionado. Pues, tal y como argumenta el pedagogo Bernard Charlot, a pesar de que las teorías pedagógicas ocultan sistemáticamente la significación política de la educación, hay al menos cuatro elementos que evidencian precisamente su naturaleza política: primero, la educación es política porque transmite determinados modelos de comportamiento en sociedad. Segundo, porque forma la personalidad de los sujetos. Tercero, porque la educación difunde ideas políticas específicas. Y cuarto, porque la escuela es una institución enmarcada o regida por el aparato Estatal[1].

En esa misma línea, la teoría social también reconoce que la educación genera efectos sociales. Desde una perspectiva la educación generaría efectos positivos, como un motor de cambio que permite transformaciones en la estructura social, generando progreso y modernización. Y desde otra perspectiva generaría efectos negativos, concibiendo a la educación como un mecanismo destinado a la mantención, reproducción y legitimación del orden social vigente. En la primera perspectiva estaría Talcott Parsons que considera que la educación mejora el sistema social perfeccionando los conocimientos y habilidades de los nuevos contingentes como individuos y ciudadanos, además de trabajadores y consumidores activos. En la segunda perspectiva estarían los postulados marxistas, que en su vertiente clásica ven la educación en clave económica, como la preparación de la mano de obra necesaria para la división del trabajo, y en su vertiente gramsciana, que en clave ideológica, ve la educación como un instrumento de dominación ideológica de la clase hegemónica[2].

No obstante, en la realidad se dan ambos procesos: la educación como un instrumento de control que mantiene el statu quo, y también como un instrumento que prepara, favorece y posibilita el cambio. En efecto, las ideologías políticas tienden a usar la educación, a la vez, como factor de control y mantención de aquello que le es favorable, y de transformación de aquellas situaciones o valores que le son contrarias al dificultar su desenvolvimiento[3].

En concordancia con lo anterior, desde el campo de la historia también hay diversos estudios que por ejemplo; analizan la historia educativa como la tentativa de diversos actores de controlar la educación para mantener el orden social y transmitir cultura; otros estudios que abarcan la evolución de las ideas e ideologías educativas en respuesta al interés político y/o circunstancia económica de su elaboración, y otros estudios que miran la educación como un ciclo completo de transmisión cultural y de los resultados que provoca, redefiniendo la educación como estructuras de persuasión en que los adultos combaten por las mentes y corazones de los niños[4].

En definitiva, la educación tiende a estar muy lejos de ser un asunto neutral. Finalmente, al ser un proceso social que básicamente está dirigido a desarrollar y formar a las personas a través de la transmisión de determinados conocimientos, valores, principios y experiencias, se relaciona ineludiblemente con la cosmovisión, entendida esta como un conjunto de ideas y creencias que determina la forma en como vemos o interpretamos el mundo y todo lo que nos rodea[5]. Dicha relación puede entenderse en términos de transmisión, puesto que la educación transmite una cosmovisión. Esto es porque la educación presupone una visión del mundo y de la vida, una concepción de la mente, del conocimiento y de una forma de pensar, una concepción de futuro y una manera de satisfacer las necesidades humanas[6].  Dicho de otra forma, la educación genera una influencia que se traduce en proponer –cuando no imponer– significados sobre la realidad, a través del conocimiento, las formas de acceder a ella y las relaciones pedagógicas que se establecen para su adquisición[7].

Ahora bien, esta capacidad de la educación para transmitir contenidos, ad hoc a una postura política, una ideología, un conjunto de valores culturales, e inclusive una cosmovisión, con el efecto de mantener o posibilitar profundos cambios sociales moldeando un mundo distinto a nuestro alrededor, también parece haber sido entendida y utilizada positivamente por los reformadores y los primeros protestantes[8], lo que debiera desafiarnos como cristianos del siglo XXI a mirar y proponer soluciones para este complejo ámbito del quehacer humano.

Actualmente muchos cristianos perciben críticamente la educación por la reciente incorporación de elementos vinculados a lo que se ha denominado como “ideología de género”. Sin embargo, ¿qué podemos proponer alternativamente al sistema educativo chileno para abordar desafíos reales como la discriminación y la violencia tan claros, por ejemplo en casos de bullying? ¿Cómo fomentamos una cultura de respeto y de tolerancia en las relaciones humanas que se producen los contextos educativos para establecer alternativas al enfoque de género, con el que como cristianos no concordamos?

En las últimas discusiones políticas del país, pareciera notarse que la idea del avance de la gratuidad en la educación ya se habría prácticamente consolidado. Sin embargo, es probable (y muy necesario) que las discusiones continúen hacia aspectos profundos, acerca del rol y los propósitos de la educación en el país.

En dicho contexto, hay varios elementos procedentes desde una óptica cristiana que pueden ser propuestos como ejes significativos para una restructuración de la actual educación pública chilena. Elementos que ciertamente provengan de la cosmovisión cristiana, pero que sean de beneficio y sanidad para el conjunto de la sociedad, de modo que no generen una resistencia por tener una mirada particularista. Por ejemplo, además de la promoción del respeto o la tolerancia, también es importante la formación de una sociedad que se relaciona más en base a la cooperación que la competencia, que considera la justicia y rectitud como una virtud y que no exalta la “pillería” y el engaño, y que promueve relaciones solidarias y equitativas que produzcan seguridad y paz social. Aquello, no le vendría mal a una población que vive insegura, con altos índices de depresión y ansiedad, un no despreciable impulso a competir erróneamente con el resto y con una máscara de pulcritud que esconde graves casos de corrupción e injusticias.

En definitiva, no puede olvidarse que para bien o para mal, los cambios que se introduzcan en la educación repercutirán produciendo otros cambios en la nación, sean ideológicos, políticos o culturales, influyendo en las generaciones y construyendo un mundo distinto, en nuestra mente y en nuestro alrededor. Es por ello que la educación es un ámbito estratégico para, junto con los recursos espirituales tradicionales, mover a una nación hacia su sanidad, justicia y prosperidad.

Notas:

[1] ORTEGA, Raúl. Fundamentos de la educación en el Chile actual. FACSO-Universidad de Chile, Santiago. 2007.

[2] Ibíd.

[3] VIÑAO, Antonio. Educación y procesos políticos e ideológicos-valorativos. Anales de la Universidad de Murcia. Derecho. pp. 322-323. 1972.

[4] FINKELSTEIN, Bárbara. La incorporación de la infancia a la historia de la educación. Revista de Educación, núm. 281. pp. 19-46. 1986.

[5] MILLER, Darrow. Discipulando Naciones. El poder de la verdad para transformar culturas. Jucum, 2002.

[6] LEÓN, Aníbal. Qué es la educación. Educere. 2007, vol.11, n.39, pp. 595-604. Disponible en: http://www.scielo.org.ve/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-49102007000400003

[7] BLANCO, Nieves. Las intenciones educativas, en ÁNGULO, José Félix y BLANCO, Nieves (coords.). Teoría y desarrollo del curriculum. Málaga: Aljibe, pp.205-231. 1994.

[8] Lutero, Calvino, Knox, Zwinglio, Sturm, Farel, Beza y Melanchton entendieron que la reforma de la iglesia, a largo plazo, requería igualmente de una reforma educativa. Por ejemplo, Lutero y Calvino escribieron planes educativos y Knox generó un sistema de educación nacional para Escocia. Allí donde el evangelio fue enraizado, la educación cristiana le siguió, y con ello la alfabetización se elevó significativamente (Véase: YOUMANS, Elizabeth. The Remarkable Role of the Bible in Early American Education. Disciple Nations Alliance. Disponible en: http://www.disciplenations.org/article/remarkable-role-bible-early-american-education/). De igual forma, Juan Amos Comenio, denominado como el padre de la didáctica, fue un gran pedagogo que aportó considerables ideas al proceso educativo.


Ángelo Palomino Díaz

Analista en Políticas y Asuntos Internacionales (USACH)
Magister en Relaciones Internacionales, Seguridad y Defensa (ANEPE)