Ante todos los casos de corrupción que han salido a la luz en nuestro país (Penta, SQM, Dávalos, boletas, etc.), he puesto atención a la opinión de las personas en cuanto a estos ilícitos. Los comentarios generalizados son “que paguen por lo que hicieron” o “son unos sinvergüenzas, que caigan todos”, lo cual, visto desde el ilícito, es justo, ya que toda falta debe tener su sanción; pero ¿qué pasa cuando comenzamos a hilar más fino y analizamos nuestro actuar en la honestidad cotidiana?
En nuestro diario vivir aprovechamos situaciones que son beneficiosas para nosotros, pero perjudiciales para el resto. Por ejemplo, cuando nos quedamos con un vuelto de más, nos colamos en una fila, cuando llegamos tarde a los trabajos o no entregamos lo comprometido a tiempo, al no dar boletas por las ventas realizadas, al mentir reiteradamente o al copiar en una prueba. Todas estas son faltas a la honestidad, por lo que se podría decir que son ilícitos cotidianos.
Lo más probable es que estas fallas cotidianas se justifiquen al compararlas con los escándalos políticos y económicos que se han suscitado este año, señalando que son escalas inmensamente diferentes. Sin embargo, tanto una estafa millonaria, como quedarse con lo que no pertenece es una falta de honestidad
Otro principio importante lo encontramos en el Salmo 37 “Es mejor ser justo y tener poco que ser malvado y rico. Pues la fuerza de los malvados será destrozada, pero el Señor cuida a los justos”. Más vale llevar una vida honrada en lo cotidiano, ya que al malvado, mentiroso, deshonesto, en el momento justo recibirá su castigo.
Francisco Chávez